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El Camino de Aníbal Jaén - Roma 18 de Julio / 7 de Agosto de 2003 |
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Día 21 - Viterbo > Roma Jueves, 7 de agosto de 2003 Me levanto bastante serio, como si me pesara la responsabilidad de terminar la faena que dura ya tres semanas. Después de un más que copioso desayuno en el hotel, salgo de Viterbo a las 8:30, siguiendo con la SS-2 Vía Cassia. La carretera no está demasiado transitada, pero conforme avanzan las horas y Roma está más cercana, se incrementa el tráfico exponencialmente. Me encuentro con algunas cuestas abajo y también ligeras rampas, sin especial dureza. El paisaje me desconcierta, es menos mediterráneo de lo que imaginaba, atravieso espesos bosques de robles y circulo cerca de pequeños lagos. En un bar de carretera me aprovisiono por última vez de agua. Estoy cerca, muy cerca. La carretera se desdobla, a los pocos kilómetros, para convertirse en autovía. La abandono para seguir el antiguo trazado de la SS-2, que espero resulte un acceso con tráfico menos complicado. Llevo toda la mañana esperando encontrarme de frente con siete colinas que señalen la posición de la ciudad eterna, sin éxito. En los arrabales de la ciudad, pregunto a un camionero al detenerme en un semáforo, y me indica que para llegar al Vaticano abandone la SS-2 en la siguiente intersección. Siguiendo su consejo, cojo el desvío a la derecha y de pronto unos carteles ¡me indican que circulo por la Vía Trionfale!. Qué ánimos puede infundir un simple cartel. Pensar que por esos caminos desfilaron las legiones triunfantes... Esta travesía, más que calle, no se diferencia en nada de lo que hoy puede ser el acceso a cualquier gran ciudad. En cierta manera, me hago un buen lío y a día de hoy no sé qué itinerario seguí exactamente; seguramente hice algo de la SS-1 Vía Aurelia, Via Augusta y quizás también parte del Grande Raccordo Annulare. Atravesando polígonos industriales llego a lo que parece ser el primer barrio romano. Como no podía ser de otra manera, todo estaba en obras. Pregunto y me desespero; el italiano se entiende más o menos bien, pero cuando necesitas saber algo más concreto, no es tan sencillo. Cuando menos me lo espero, al doblar una gran avenida, veo a lo lejos la monumental cúpula de Miguel Ángel sobre la basílica de San Pedro. No puedo contener las lágrimas, me desahogo a gusto. Llego junto a los muros del Vaticano. Para mayor alegría, me encuentro una cuesta abajo indefinida, hasta llegar a las puertas del Museo Vaticano. Allí me indica un carabinieri que simplemente siguiendo el muro llego a la Plaza de San Pedro. En apenas un minuto, veo ante mí los primeros guardias suizos y tengo que bajarme de la bici ante el gentío. Doy mil vueltas a la cabeza, imaginándome qué es lo que voy a encontrar más adelante. Enseguida, llego a las columnas que delimitan el Vaticano y sin detenerme, llego a la Piazza de San Pietro a las 12:30. Acabo de entrar en el club de los conquistadores de lo inútil. Aparco mi bici junto al monolito y me refresco en una de las caudalosas fuentes cercanas. Estoy en el corazón del imperio. Aníbal no pudo, yo sí.
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