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El
verano de 2002 emprendí la aventura de seguir los pasos del famoso general
hispano-cartaginés que con sus elefantes atravesó Pirineos y Alpes para atacar
Roma.
Salí de Jaén en solitario, confiando en repetir la experiencia maravillosa
del Camino de la Plata que finalicé el verano anterior. Monté sobre la bicicleta
de montaña unas alforjas repletas, llevando además de saco y esterilla una
minúscula tienda de campaña. El exceso de confianza y la nula planificación
del viaje sólo podían desembocar en un fracaso estrepitoso, que por fortuna
el mal tiempo se encargó de precipitar. El sexto día de viaje, al poco de
rebasar Sagunto, me rendí a la imposibilidad de alcanzar mi objetivo y tuve
que coger el autobús de vuelta a casa. Desde ese mismo punto, hace más de
2.000 años, el ejército del Bárcida regresó a las tierras de Cástulo para
invernar después de arrasar la ciudad levantina y dar comienzo a la segunda
guerra púnica.

¿Era
acaso un imposible mi sueño? ¿Quedaba fuera de mi alcance la codiciada meta?
La dureza del desenlace me obligó a reflexionar sobre alguno de los fallos
que cometí, debido principalmente a intentar utilizar el mismo esquema que
seguí en mi experiencia jacobea.
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